“Cuidando las Huellas” escrito por Lissette Selman
Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.
Albert Einstein
Nadie nos da un manual para aprender a ejecutar el oficio más importante y sagrado para un ser humano: ser padres. La referencia son los nuestros, así que cuando nos toca educar a nuestros hijos intentamos aplicar lo que vivimos y, en algunos casos, mejorarlo si es posible. Pero en realidad, hay mucho de prueba y error, siempre involuntarios estos últimos, lo que nos alerta sobre la importancia de cultivar la escucha, mantener la cercanía y supervisión, pero, sobre todo, ser ejemplos.
Educar es tarea difícil, implica involucrarnos a tiempo completo y sin vacaciones; sin embargo, es la más noble, porque esas almas nos han sido dadas en préstamo para llegar a este plano con el fin de descubrir su misión, desarrollarla para su bienestar y el de la sociedad, y ser felices. Para cumplir hemos de tener claros algunos requisitos fundamentales:
- Estar conscientes de que cada hijo es un individuo y ninguno es una prolongación de nosotros, sino entes únicos y maravillosos.
- Cultivar la confianza para que recuerden siempre que el hogar es el único refugio seguro.
- Estar dispuestos a reconocer nuestros errores y enmendarlos, porque estaremos enseñándoles dos valores esenciales: humildad y voluntad para seguir adelante.
- Que imponer disciplina no significa maltrato físico, verbal ni psicológico, sino rigor para enseñarles a cumplir sus responsabilidades.
- Que darles todo lo que piden es deformarles, aun cuando haya recursos para satisfacer sus deseos.
- Que las cosas se ganan y la manera de lograrlo es a través del esfuerzo.
- Que la escuela jamás deberá ser considerada sustituta de la educación de hogar.
- Que hablar en positivo, estimulando sus dones, talentos y confianza en ellos mismos, les fortalecerá como individuos seguros de sí.
- Que más que prédicas o sermones, nuestros hijos aprenden con el ejemplo.
Y aquí ampliaremos en lo que esto significa. Por numerosos estudios al respecto, sabemos que los primeros cinco años de la vida de un niño son los más importantes; es, entre otras cosas, cuando aprenden a hablar desde la audición, a descubrir desde la estimulación, a interrelacionarse, etc. En pocas palabras, cuando hay conexión, incentivos y respuestas oportunas para los pequeños y todo eso requiere tiempo y entrega de nuestra parte, porque el amor se da por descontado, obviamente.
A pesar de la exaltación de esos cinco primeros años de vida, los tiempos que vivimos imponen que traslademos hoy una atención parecida hacia ellos, pues enfrentamos amenazas constantes de distracción, tales como el celular, en el que a veces ponemos más interés que en una conversación con nuestros hijos; asimismo, las exigencias laborales nos impiden compartir en familia la hora del almuerzo, momento tradicional en el que intercambiamos ideas, estados de ánimo, nos interesamos en cómo fue la jornada de cada integrante, etc., pero por otro lado, es también el espacio en el que les enseñamos las reglas de la mesa, el uso de la servilleta y los cubiertos, el orden de prioridades y demás, así que, de alguna otra manera, tenemos que ingeniárnoslas para compensar las ausencias sin faltar a nuestro deber como los primeros educadores de nuestros hijos.
Un recordatorio importante es que nuestros hijos, no importa la edad, chicos y grandes, aprenden desde la observación de nuestros gestos, palabras, actitudes y hasta sentimientos. Para poner un ejemplo, refiero los casos en que a uno de los padres (o los dos), con más peso en la madre, no le gustan los animales; hay un alto porcentaje de probabilidad de que por ello induzca el mismo rechazo a sus descendientes, forzando la que podría ser una inclinación natural y contraria de ellos, es decir, que sí amen a los animales. Y como este caso, otros tantos que parten del criterio de los mayores, subyugando el de sus hijos.
¡Cuidado! Si bien el rol de padres y la adultez nos asignan el deber de orientar y educar a nuestros hijos por el mejor camino que creamos conveniente, sería saludable considerar que les asiste el derecho de desarrollar sus propios intereses, siempre que sean sanos; de ser escuchados, no solo porque es parte de la buena comunicación que debemos cultivar, sino porque bien pudieran hacer de maestros para nosotros en algunos casos, desde una perspectiva que ya perdimos como adultos.
De cualquier manera, son nuestros pasos los que les guían a partir de las huellas que vamos dejando en el camino de la vida, así que concluyo con esta frase de Hodding Carter, periodista y autor estadounidense: “Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.”
Escrito por Lissette Selman